Estimada Comunidad IPE, estudiantes del colegio participaron en el concurso «Tú Cuentas: Historias de mí, Historias de Ti». A continuación los ganadores del concurso literario para estudiantes de 7°Básico a IV°Medio de establecimientos educacionales de la Región Metropolitana.

ARRIBA DE IZQUIERDA A DERECHA: Francisco Ignacio Roa Rubilar, Joaquín del Valle Batista, profesor asesor Jorge Yáñez Medina.

ABAJO DE IZQUIERDA A DERECHA: Vicente Alonso Martínez Pérez, Tomás Ignacio Velozo Ramírez y Estefanía Valentina Fritz González.

FELICITACIONES A LOS GANADORES. VUESTRA APLICACIÓN E INTELIGENCIA, ADEMÁS DEL BRILLO PERSONAL, HACE BRILLAR A NUESTRO QUERIDO INSTITUTO PRESIDENTE ERRÁZURIZ. OJALÁ A FUTURO ALGUNO DE USTEDES DESTAQUE EN EL ÁMBITO DE LA LITERATURA.

GRACIAS POR TAN DESTACADA PARTICIPACIÓN.

A continuación los cuentos de cada uno/a de ellos/as:

LA NIÑA QUE UNA VEZ NAVEGÓ

Para Elisa, aquel río era su vida; vivía junto a sus abuelos en una remota aldea montaña adentro, que se conectaba con la civilización nada más que por dicha ruta fluvial. Siendo tan solo una niña de diez años, Elisa era una experta navegante que vivía gran parte de la semana en las aguas. Para ir al colegio, debía bajar por el río hasta el pueblo más cercano, lo que de ida y vuelta le significaban cuatro horas de su vida arriba del viejo bote de su abuelo. A medida que avanzaba, sus azules ojos se iban mezclando con la tonalidad de las aguas, en un largo viaje que no mellaba el su joven espíritu sino que, por el contrario, le llenaba de vida. El mundo podía cambiar a su alrededor, pero nada ni nadie la sacarían de su bote, o al menos eso creía.

Hacía días que algo extraño pasaba. En el pueblo se veía menos gente que de costumbre y había un clima de tensión que podía cortarse en el aire. Para Elisa, tan aislada del mundo como el resto de su aldea, desde sus últimas visitas diarias al pueblo esta situación no dejaba de llamar su atención y la del resto de sus vecinos que, al igual que ella, pasaban regularmente por el pueblo río abajo. En la escuela, también se notaba que algo no andaba bien. A medida que los días pasaban, menos niños asistían a clases y, algunos, lo hacían con unos extraños trapos que les cubrían el rostro. Hasta la tía Carolina actuaba diferente; ya no saludaba con besos y abrazos a los pequeños y se cubría las manos con unos guantes de goma de color azul claro. Además, la mayoría de la gente se esquivaba mutuamente y estaban todo el día echándose jabón en las manos. Según un chico más grande y algunas personas que lo comentaban, toda esta situación tan rara se debía a que un virus, al que la mayoría se refería como “el bicho”, el cual tenía países enteros en el hospital, había llegado a Chile esa misma semana.

El último día “normal” para la escuela, sólo asistieron en el tercero básico Sara y Benjamín quienes, además de Elisa, eran los únicos alumnos que provenían de la aldea río arriba. A partir de entonces, la educación para estos tres niños no volvería a ser la misma. Al día siguiente, Elisa y su abuelo Facundo bajaron en su bote hasta el pueblo, para toparse con la sorpresa de que no había nadie en las calles y, para peor, que las escuelita estaba cerrada, en dónde el viejo y su nieta se toparon con los otros dos amigos de Elisa que vivían en la aldea. Sin entender nada y tras analizar la situación por un rato, las tres familias remontaron el río hasta casa. Durante tres días, los  niños y sus apoderados hicieron el mismo viaje, obteniendo el mismo resultado, mas no respuestas de por qué las clases estaban suspendidas. Al cuarto día, y a pesar de su fiebre, el abuelo Facundo se ofreció para ir sólo al pueblo a averiguar dónde estaba todo el mundo, partiendo como de costumbre a las seis de la mañana, perdiéndose con su bote río abajo. Quince días pasaron hasta que el abuelo de Elisa regresó, y lo hizo contando que lo habían detenido por incumplir la “norma sanitaria”. Cuando preguntó qué pasaba, le dijeron que toda la región había sido puesta en cuarentena por la expansión del nuevo virus, el covid-19, y que él se encontraba sin permiso para circular por las calles. Entonces, y tras explicar a los oficiales porque no estaba en casa, estos le dijeron que las clases se habían suspendido también en toda la región. Si bien tenían intenciones de dejarlo ir, los carabineros se dieron cuenta del estado de salud de Facundo, por lo que le recomendaron que fuera al médico del pueblo. Ahí, el doctor le dijo que presentaba todos los síntomas de este virus nuevo, por lo que le haría unos exámenes, los que finalmente confirmaron las sospechas del médico. Durante estos días, el viejo campesino fue puesto en cuarentena en el hospital, la que terminó cuando unos nuevos exámenes dijeron que estaba sano. Cuando se fue, los mismos oficiales del otro día le dijeron que no podía volver a salir de casa y tampoco podía navegar por el río, además que estuviera atento a las noticias para saber cuándo volverían las clases.

Cuando muchos niños de Chile comenzaban a navegar por internet durante la cuarentena, Elisa y su familia dejaron de navegar por el río, y como su aldea no tenía señal, tampoco pudo hacerlo por la red. Puede que la historia de Elisa nos parezca una mera anécdota más sobre la pandemia, pero lo cierto es que desde la comodidad de nuestros hogares no somos capaces de imaginar el aislamiento que algunas personas viven en las regiones remotas del Chile profundo. Quizás lo más trágico de la pandemia para la pequeña Elisa, es que no pudo volver a su escuela, a compartir con sus amigos, a crecer como niña y, lo más importante, a aprender debido a no contar ni con señal ni con algún computador en su casa, por lo que nunca se enteró de lo que es una clase en línea, nunca ha asistido a una y perdió un valiosísimo año en su enseñanza.

JOAQUÍN DEL VALLE BATISTA

IV MEDIO IPE 2021

SEGUNDO LUGAR CATEGORÍA 3°-4° MEDIO.

UNA MAÑANA DE MARZO

Era una vez, una mañana de un 4 de marzo, en un colegio común y corriente en Santiago de Chile. Y como todos los años al llegar al colegio, un estudiante hablaba con sus amigos, acerca de lo que habían hecho en sus vacaciones de verano, hablaban sin cesar, hasta que escuchan el repetitivo y engorroso ruido de la campana. Sabiendo lo que esto significa, el alumno junto con sus amigos, van hacia su sala de segundo medio. Mirando cuidadosamente los letreros que indican los cursos de cada sala, entran a la sala correspondiente. Eligen sus puestos y se sientan esperando al profesor, sin saber que, un día como ese, sería extrañado por cualquier estudiante.

Llegando a sus hogares, ese mismo día, los estudiantes son recibidos por sus apoderados, con una noticia que les alegrará el presente, pero con un futuro incierto y desconocido.

Entre amigos se hablan al instante, comentando la noticia, “Se cancelan las clases por Covid-19”, y con alivio, pasaron las semanas, los días, las horas… los minutos, y cada vez el tiempo parecía pasar más lento. Pero un día, la rutina que ya parecía monótona y aburrida, tuvo un cambio, que haría gritar a todos los estudiantes sus más reales lamentos.

Las clases en línea llegaron para quedarse en el mundo de la educación, pero eso no quiere decir que hayan sido bienvenidas por los estudiantes, si no, que eran su única opción.

Empezó siendo fácil, llevadero y sin mucho esfuerzo… Al menos para los estudiantes de las comunas del sector oriente de Santiago, pero “de Plaza Italia para abajo” para algunos simplemente no era posible ni siquiera ignorar las palabras de los profesores, ya que no tenían las condiciones para poder conectarse a las clases.

Pero hablemos del mejor de los casos:  los estudiantes que tenían la posibilidad de ver la monotonía en la pantalla de sus dispositivos electrónicos. Luego de que pasara el tiempo, poco a poco, se dieron cuenta de lo difícil que era atender sus clases por casi dos horas seguidas, sabiendo que tenían la posibilidad de irse a hacer “algo mejor”.

Pero muchos de ellos aun lo intentaban, pero cada vez más deseando poder volver a como era antes, la presencialidad, ahora extrañada por los estudiantes, se veía como algo muy lejano, pero esto tenía un lado bueno, y es que, a pesar de que los alumnos aprendían menos sobre que tiene una célula eucarionte, aprendían a como sobrellevar los problemas, a como tocar guitarra, a hacer ejercicio y a llevar una vida sana, porque la pandemia no solo nos enseñó que la presencialidad de las clases es algo bueno, si no también, que es importante pasar tiempo con uno mismo, y darse el tiempo para pensar y meditar acerca de lo que es importante y lo que no.

Luego de este tiempo de aprendizaje, siguió pasando el tiempo, siguieron pasando las clases hasta que un día por fin, se dio término a la virtualidad de las clases, cada vez más cerca de la normalidad, los alumnos asistieron a su último día de clases de segundo medio, aunque parecía que fuese el primero. Por primera vez, conocen a sus compañeros nuevos, hablan una vez más con sus amigos de siempre, pero en realidad, a quien más querían ver, eran a sus profesores, una sensación extraña y desconocida se apoderaba de sus sentimientos, quizás la empatía que crearon por ellos al saber que se adaptaron para poder enseñarles, o la lástima por saber que se esforzaban tanto sin tener los resultados que merecían, (al menos no realmente) pero el punto, es que querían verlos, y agradecerles por su trabajo.

Y con este mismo pensamiento llegaron al año actual, llenos de conocimientos gracias al repudiado 2020, algunos con sus metas más inculcadas en sus mentes, otros más perdidos, pero cada vez más cerca de encontrar su camino.

Entonces llegó el primer día de clases del 2021, el 1 de marzo, el famoso “SuperLunes”, siempre repudiado por el tránsito, por el inicio del estrés capitalino, pero esta vez, ansiado por mucha gente, sobre todo por los estudiantes, que se reencontrarían con sus amigos, compañeros y profesores. Volverían a aprender realmente, enfocándose en lo importante, con los, ahora satisfactorios problemas de siempre y entendiendo el esfuerzo de quienes se “rompen el lomo” por ellos.

Porque no hay que ver el tiempo de pandemia como una pérdida de tiempo, ni tanto en lo educacional, como en ninguna otra materia, hay que verlo como una reestructuración de lo que es importante, como un orden de nuestros pensamientos y prioridades.

Ya que, de que nos serviría aprender lo exacto y específico de las cosas, si no podemos comprender lo simple.

De esto se dieron cuenta muchos de los estudiantes, por lo que empezaron a tomarse más en serio sus intereses personales, sin dejar de lado los intereses de las personas que los rodeaban. Y así, comenzó un año más, el año en el que se volvería a una nueva normalidad, regida por las buenas relaciones y asumiendo una nueva sociedad en la que la gente parece más unida que nunca.

Los estudiantes hablan más con sus profesores, intentan no dejarlos llevar toda la carga de tener que adaptarse a la presencialidad y virtualidad a la vez. El compañerismo en el colegio se vuelve amistad y las preocupaciones escondidas dentro de la reserva de cada uno de los estudiantes, parece no vivir más.

Entonces, realmente podemos decir que ¿la educación en tiempos de pandemia fue una situación nefasta para los estudiantes de Chile? Porque según lo que entiendo, los estudiantes aprendieron bastante, y puede no haber sido la educación científica, humanista o artística común y corriente, pero, acaso no decimos que ¿la primera educación es en la casa? Y desde lo que podemos ver en muchas ocasiones, podemos inferir que la educación “casera” es la más importante. Porque no podríamos prestar atención a la ciencia o a la matemática, si no podemos callar la voz que tenemos en nuestras cabezas.

FRANCISCO IGNACIO ROA RUBILAR.

III MEDIO IPE 2021

TERCER LUGAR CATEGORÍA 3°-4° MEDIO.

ENSEÑÁNDOLE AL PROFESOR

Fue un trabajo duro, pero finalmente dio los frutos que realmente necesitaba el profesor Alejandro, ¿valió la pena?, diría más bien que pude pagar una especie de “deuda” que sentía hacia mi profesor. En contextos normales ha sido un hombre talentoso a la hora de enseñar, puede que a la antigua, pero su forma de impartir la asignatura de biología me ha dado la inspiración para dedicarme a ello, un fuego ardiente se hacía notar en cada clase, hasta ahora…

Desgraciadamente por culpa de la pandemia se perdió mucho potencial de los años de aprendizaje, pero por lo menos el sistema de educación online salvo algo, o eso pensaba yo.

Agradezco que durante este último tiempo he tenido todo el instrumental para poder llevar a cabo las clases online, pero pese a eso, hubo un gran detalle, las clases no eran las mismas, todo era muy monótono, silencioso, aburrido, no se compara con las clases presenciales, aunque el caso era peor en biología.

Aquellas clases que admiraba con devoción se esfumaron, fue algo impactante, y no por ánimo del profesor, más bien fue por el factor tecnológico. Parece que la tecnología había superado al profesor, esas clases con actividades dinámicas, y participación activa solamente se convirtieron en una resolución de guías. Cada vez que el profesor iba a conectarse a la clase, siempre ocurría un imprevisto. El pobre cerraba la pestaña del navegador sin querer, le fallaba algún componente del computador, le costaba buscar sus guías por tener un desorden en el escritorio de su computador, y más. Todo esto causaba ese desperfecto y atraso en las actividades, me daba pena ver al profesor entre angustia e ira por esos problemas técnicos.

Luego de casi un año, finalmente llegó la oportunidad de presencialidad, aunque con el detalle que el curso se dividió en dos, teniendo así clases presenciales y virtuales de forma paralela. Esa oportunidad no la iba a desperdiciar, la virtualidad me volvió prácticamente un desquiciado, pero me quedó en la duda de cómo los profesores iban a dar sus clases si una mitad está presencial y otra en virtualidad.

Al llegar el lunes, nos explicaron que las clases también iban a estar en directo para el grupo que se quedaba en casa, me sorprendió como el colegio estaba preparado para eso.

Al empezar con las clases fue algo satisfactorio recuperar un poco esa esencia perdida, pero igual a los profesores se les veía complicado estar entre explicando y preparar el equipo para poder dar las clases. Pero al llegar la clase del profesor Alejandro fue algo muy complejo, se notaba que estaba totalmente complicado en preparar el equipo y presentar la clase para los virtuales, perdiendo en consecuencia un gran tiempo para la clase, sin contar los problemas técnicos que surgieron a lo largo de ésta.

En el final de esa hora para poder irnos me quedaron marcado dos cosas de esa clase, la cara de desesperación del profesor y los comentarios de mis compañeros que definían al profesor como un estúpido y anticuado.

Mientras todos se iban, me quedé pensando en la situación, ¿podré hacer algo?, para ser joven no sé mucho de tecnología, pero quería ayudar todo lo posible.

Al acercarme al profesor me expreso algo muy impactante, no ha tenido mucho apoyo para poder dominar las tecnologías necesarias para su trabajo, básicamente el computador que el llevaba para sus clases sólo lo tenía por necesidad y no por gusto.

Entre un asunto y otro me ofrecí a ayudarlo, primero se negó rotundamente porque no quería molestar, al seguirle insistiendo, finalmente llegamos a un acuerdo de que lo iba a ayudar y enseñar con las tecnologías para que pudiera realizar su clase.

En ese mismo día me quedé hasta tarde con el profesor para preparar su computador, desde formatearlo hasta ordenar todos sus documentos, para que fueran más accesibles, luego empezamos con lo más difícil, enseñarle los principios básicos para usar su computador.

Resulta que el colegio realizó talleres para capacitar a los profesores en ámbitos computacionales, sólo que al profesor Alejandro le fue algo muy complejo.

Pasaban las horas y horas, fue algo lento, pero resulta que si lograba aprender las acciones que se podían hacer en su computador, estuvimos así varios días, pero era impresionante verlo entender cada cosa que le explicaba. Durante el proceso le había preguntado, “¿Por qué le ha costado tanto con los talleres y conmigo ha podido aprender?”, y su respuesta fue que nunca nadie se había concentrado tanto en su proceso tecnológico como tal, ya que en esos talleres eran como seguir un tutorial más que una clase de capacitación.

Luego de dos días puse a prueba su conocimiento, en su clase tomé un rol como asistente en caso de que ocurriera un error, quedé fascinado, el profesor disminuyó considerablemente sus problemas técnicos, se conectaba a la clase a tiempo, se volvió rápido para buscar sus documentos, incluso conversaba mejor con los alumnos virtuales, lo único que le faltaba era poder instalar solo el equipo, pero me alegraba ver su cara sonriente nuevamente en dar su clase.

Llegado el fin de semana me preocupé un poco, con el cambio de grupos yo debía quedarme una semana en clases virtuales, no sabía si el profesor iba a lograr hacerlo todo solo, sin asistencia, hasta que llegó la hora de la verdad. Cuando tuve la primera clase de biología, quedé estupefacto, el profesor instaló todo el equipo el solo, dio su clase con toda perfección y sin problemas técnicos, incluso al caerse el internet del colegio, se volvía a conectar rápidamente, finalmente pude volver a ver esas clases tan dinámicas y entretenidas, durante toda esa semana todas sus clases salieron exitosas.

Cuando ya era el turno de mi grupo para volver a presencial, pude ver mejor aquel hombre inspirado dando su clase de biología, es más, hasta aprendió a utilizar otros programas computacionales para dar más dinamismo a la hora de enseñar.

Al finalizar la hora, me acerqué a él, le preguntaba cómo le había ido la cosa, y por lo visto había logrado superar ese gran problema, aprendió mucho de las nuevas tecnologías, me alegraba ver que ese tiempo que invertí ayudando no fue para nada en vano.

Al momento de despedirnos dijo algo que me llamó mucho la atención: – “Muchas gracias por enseñarme, maestro-.”

Algunos me criticaron por supuestamente perder mi tiempo al intentar ayudar al profesor, otros me decían que era una pérdida de tiempo, pero me cuestionaba si la alguna vez me había dejado solo sin comprender nada, y claro, nunca lo había hecho, ¿acaso tuve que haber ignorado su problema si puedo ayudar?, si él siempre me había apoyado en mi ignorancia, ¿lo debo dejar solo en este asunto?

Y una cosa me quedó clara, valió la pena todo este esfuerzo, no sólo por ayudar a un profesor, sino también para demostrarle que estamos juntos en este desafío que nos impuso la pandemia. ¿Quién diría que un alumno le pudiera enseñar a un profesor?, fue una experiencia bien peculiar.

TOMÁS IGNACIO VELOZO RAMÍREZ

IV MEDIO IPE 2021

MENCIÓN HONROSA CATEGORÍA 3°-4° MEDIO.

MI VIDA SOBREVIVIENDO LA PANDEMIA 2020-2021

Era una mañana de mediados de marzo de 2020, un día luminoso que prometía lo mejor, no recuerdo bien la fecha exacta, cuando recibí la noticia que cambiaría mi vida para siempre: se decreta cuarentena total en Santiago. Nadie puede abandonar su casa sino en caso de urgencia o necesidad esencial. En mi caso, eso significaba no tener que asistir más al colegio, no al menos en forma presencial.

Sentí una mezcla de alegría y temor. Por una parte, era como si esa fantasía que uno tiene desde chico de no tener más obligaciones ni clases, de no tener que seguir más normas, ni obedecer mandatos, ni cumplir horarios, pero que, como es propio de una fantasía, nunca se cumple, y que se percibe casi como un imposible, pero que increíblemente ahora, para mi sorpresa e incredulidad, se hacía realidad. Hurra! Aleluya! -pensé-. No más levantarse temprano, ni vestirse y tomar desayuno apurada, no más salir con frío en la mañana, ni esperar la micro, mirando el reloj con cada parada del bus angustiada por llegar a la hora y asustada por un reto.

En suma, no más horarios rígidos, ni clases agotadoras en que uno tiene que mirar fijamente al profesor, muchas veces fingiendo atención porque no es infrecuente que a la tercera o cuarta hora de clases la información se enrede de tal manera en la cabeza que termine por nublarse todo, y la capacidad de comprensión inevitablemente decaiga. Se acabaron los inspectores, y esos recreos mezquinos que apenas te dan tiempo de ir al baño. Y también, aunque cueste reconocerlo, adiós socialización, adiós apariencias. Chao el tener que mostrarse amistosa, interesante, sonriente, feliz, “bacán”; tener que verse bonita en las mañanas, el uniforme limpio y bien planchado, la cara descansada y sin ojeras, el pelo perfecto, liso y brillante. Todo eso en circunstancias que me levanto diariamente a las 6 a.m., porque me toma más de una hora trasladarme desde mi casa en Peñalolén hasta mi colegio en Las Condes, por lo que apenas alcanzo a bañarme en las mañanas!.

Por la otra, también sentí miedo: ¿qué pasaría con nosotros, con mi familia, cuánto tiempo se prolongaría esta situación, cuán grave era, cómo estarían ahora y en el futuro mis amigas más queridas, mis compañeras?. ¿Cómo haríamos para comprar comida?, ¿qué pasaría si yo o mis papás nos contagiábamos?, ¿quién nos cuidaría?.Y qué pasaría …. ni Dios lo quisiera, si alguno de nosotros engrosáramos la lista de los que no sobrevivieron. Somos una familia pequeña. Vivimos los tres en Santiago y mis abuelos, tíos y primos viven en el Sur, en Temuco. Sólo nos tenemos nosotros tres. Siempre ha sido así.

Todo comenzó a desvanecerse a mi alrededor. Me bajó una rabia por esta enfermedad desconocida que venía, al parecer de China, y que nadie sabía cómo controlar o sanar. ¿Y toda la medicina de Chile, pública y privada? ¿Y toda la medicina del mundo? No se suponía que habíamos conquistado hasta las enfermedades más incurables? Y si, en un mundo ideal, el doctor autista de la serie The Good existiese? ¿Sería él capaz de ponerle fin a esta epidemia? ¿No existía, acaso, un doctor tan inteligente, audaz y encantador como él en todo el universo? De pronto las imágenes y colores se volvían borrosos, todo parecía confuso, coronado con un halo de irrealidad: la incertidumbre debutaba con inimaginable fuerza en nuestras vidas y con ella pronto vendría la angustia.

Durante las primeras semanas las clases por Meet  resultaron muy cómodas. Podía cumplir con mis deberes sin molestarme siquiera en salir de mi cama. No tenía que participar demasiado en la clase, así que podía refugiarme tranquilamente tras la cámara, que tanto yo como varios de mis compañeros manteníamos apagada.

Se cumplía, además, el sueño infantil de tener a los papás todo el día con uno, abrigaditos y protegidos del mundo, a buen resguardo en la casa. Mi mamá, que siempre ha sido una mujer muy empeñosa y trabajadora, por fin tenía tiempo de pasar más tiempo conmigo y mi papá. Nos cocinaba cosas ricas, ¡por primera vez almorzábamos todos juntos!, veíamos películas y series incluso en Netflix, reíamos por tonteras, conversábamos. Hacíamos planes para después de la cuarentena. Era como una especie de sueño de verano, como un cuadro bucólico, acogedor, reconfortante.

Pero esa comodidad inicial pronto comenzó a ceder a la cada vez más apremiante necesidad de contacto humano, de ver a mis amigas, a mis profesores, tener una rutina, salir a caminar, respirar aire puro, sacar a pasear a mi perrita Estrella, ver árboles, gente caminando en las calles, autos circulando, comercios funcionando, parejas besándose: vida.

Con mis amigas y compañeros nos comunicábamos usando las redes sociales. Al comienzo despertaba en mí una curiosidad inocente, propia de lo nuevo, de lo diferente. Nos entreteníamos inventando desafíos y competencias por Tik-Tok. Era como si todos asistiéramos a una fiesta de disfraces interminable, cada uno representando y dando vida al personaje que se le antojara. Usábamos filtros que cambiaban nuestras facciones, la forma de nuestra cara, boca, ojos, nariz. Podíamos cambiar nuestro color de pelo y ojos a voluntad, modificar la forma de nuestro cuerpo: aparecer más altas, delgadas, voluminosas. Imitar a nuestros ídolos musicales, a nuestros actores favoritos. No había límites ni fronteras. Lo que la naturaleza había creado con esa sabiduría propia, muchas veces difícil de aceptar, ahora la inventiva humana lo desafiaba dando paso a un sin fin de posibilidades. Paradójicamente, el encierro potenciaba una libertad absoluta, incluso descontrolada.

Pero eso también comenzó a ser desgastador. Emocionalmente, porque cada cual se mostraba como si su realidad fuera mágica, en forma que se fue manifestando como artificial; como si la adversidad o angustia no existiera en sus vidas. La belleza y la obsesión por satisfacer estándares estéticos irreales e inalcanzables se volvió tediosa, esclavizante. Ese es un efecto indeseado de las redes: sin darte cuenta entras en un mundo fabricado, artificioso, que de alguna manera penetra en tu mente como si esa apariencia engañosa fuera la realidad desnuda. Al final, se hace cada vez más difícil trazar la línea entre lo verdadero y lo ficticio. Empecé a pensar que la vida no siempre es luminosa, fácil y bonita. Que, en verdad, su atractivo estaba en la diversidad, en nuestras diferencias, en los desafíos y también en las tristezas y penas que lleva consigo inevitablemente.

En el colegio, se desbordó la cantidad de tareas, pruebas y deberes en general, que comenzaron a agobiarme por completo. Parecía que nadie se daba cuenta de los efectos emocionales y de salud de la pandemia. Era, casi, como si la inexistencia de la obligación de asistir a clases se hubiese convertido en la disponibilidad sin límites de dedicar tiempo a los mandatos del Colegio. Comencé a sentir que todo lo que hacía en el día era estudiar y hacer tareas. Los profesores eran más y más exigentes porque conforme se prolongaba la cuarentena, se profundizaba el temor a que no recibiéramos una educación adecuada. Las sesiones por Meet ya no eran ni un cuarto de lo entretenidas que fueron en un inicio.

Físicamente, las interminables horas enfocada en una pantalla comenzaron a irritar mis ojos y a generarme interminables dolores de cabeza. Me pasaba horas y horas delante de un computador, mal sentada o tendida en mi cama. Por días no estiraba mis piernas más que para ir de una habitación a otra. Además, los profesores comenzaron a molestarse por nuestras cámaras apagadas y empezaron a exigir que las prendiéramos. Se enojaban si se filtraban ruidos ambientales, lo que era inevitable porque en una casa usualmente hay mucho movimiento y más personas, cada cual haciendo su vida. Había días en que mi conexión a Internet no funcionaba, lo que hacía difícil captar plenamente la clase. Tenía compañeras con dos o tres hermanos compartiendo una misma conexión a Internet, lo que los hacía perder muchas clases en el día.

Pero además, me quedé sola en mi casa. Mis papás debieron volver a trabajar, gradualmente las cosas volvían a su cauce natural; si bien todo se normalizaba para los demás, la cuarentena seguía para mí, porque yo seguía encerrada, pegada a una pantalla, aislada del mundo. Comencé a extrañar la interacción con mis amigos, las salidas al cine, compartir un helado, las tardes de estudio y música con mis más cercanas. Extrañaba ver sus rostros y cuerpos reales, no desfigurados por los filtros tecnológicos. Correr en los recreos, las clases de educación física. Incluso empecé a añorar los traslados en la mañana, que tanto odiaba.

La pandemia ha sido reveladora para mí, y me cambió en muchos sentidos, porque después de períodos muy oscuros me hizo revalorizar todo lo que antes daba por sentado: la vida en familia, los amigos, la libertad de movimiento y la cotidianeidad, la rutina, la simplicidad del día a día, y ante todo, contacto humano directo, sincero y transparente, sin filtros ni distorsiones. Incluso, tal vez ver a un “pinche” de vez en cuando a la distancia. Amo la vida, odio la pandemia!

ESTEFANÍA VALENTINA FRITZ GONZÁLEZ.

I MEDIO IPE 2021

SEGUNDO LUGAR CATEGORÍA 1°-2° MEDIO.

NO TE ESCUCHO

La parte mala de mi historia empieza en esa fecha, el día viernes 13 de marzo del 2020.

La próxima semana entramos en confinamiento por el virus que viene de China, dicen que ya están trabajando en la vacuna, ojalá salga todo bien porque podré volver a juntarme con mis amigos, aunque el encierro de momento tampoco parece que va a ser malo, mi mamá y papá quizás también tengan que estar conmigo en casa.

Llevo cerca de una semana sin salir de mi casa y a mis papas les dijeron que la próxima semana también van a estar en casa, aunque trabajando, pero eso es algo relativamente bueno ya que voy a estar con ellos todo el día. En cuanto a mis estudios no voy tan bien, no he aprendido nada, todavía hay un desorden, solo recibo guías de estudio de cada asignatura, aunque en otros países se adelantaron y empezaron a usar zoom para las clases, voy a ver si los chilenos los alcanzamos.

Ya llevo cerca de 3 semanas en cuarentena estoy en clases virtuales, lo cual de momento voy bien. En cuanto a mi familia estamos todos bien, mi mamá y mi papá están bien solo un poco estresados por el trabajo a distancia y mi abuelo también está bien, pero alejado de nosotros, hago video llamada con él, todos los días para saber cómo esta, él me contesta con gusto ya que esta solo todo el día ya que mi abuela murió hace 2 años cuando yo tenía 12, lo malo es que como es mayor de edad me preocupa que se contagie de covid-19.

Esto es una parte de un diario que cree en esa época, escribía cuando me apetecía, pero por falta de tiempo o tal vez flojera no lo seguí.

Ya era mediados de junio, falta poco para las vacaciones de invierno, ya que aunque tuve esas 2 semanas en abril, en el colegio le dimos pena o no sé qué pero iba a tener dos semanas de descanso, aunque la situación no cambió mucho a como era cuando dejé de escribir en ese diario, me sentía muy diferente, yo seguía hablando con mi abuelo y gracias a que mis papas le daban dinero para que el pida lo que necesita por internet él no se exponía al contagio, solo deseaba que pasara el tiempo para estar en vacaciones de invierno.

Me quedaba solo una semana de pruebas, ya me había acostumbrado totalmente a las clases virtuales y a un mundo en pandemia, las clases de esa forma me empezaban a agradar, aunque en ese tiempo no quería admitirlo ya que sentía que tenía mucho más que hacer, aunque tuviera menos horas de clase que antes, lo que menos me gustaba de eso eran mis compañeros, pase de extrañarlos a querer dejar de oírlos y cosas como “¿Por qué no se calla?” o “Parece tonto de tanto que quiere llamar la atención” rondaban mucho en mi cabeza en esa época, aprendía bien pese a la diferencia entre virtual y presencial, aunque igual muchas veces me surgían preguntas pero por algo que no sé cómo explicar no podía, pese a que antes de la pandemia ni dudaba en hablar.

Después, al salir de vacaciones me empecé a sentir vacío, al no tener nada necesario que hacer, pensaba que quizás así se sentían las personas que se jubilaban. Al haber salido de vacaciones no estaba concentrado en una sola cosa en la mañana por lo que sentí más de cerca el ambiente familiar que se ocultaba tras la puerta de mi habitación, mi mamá y mi papá se gritaban todo el día y yo en esa época no comprendía el porqué, me daba miedo preguntar y arruinar más la situación, me repetía a mí mismo “Estás bien así, no necesitas saber”, ya no me daba miedo la pregunta, me daba miedo que mis papas se separaran, me sentía feliz antes de la pandemia con ellos junto a mi sonriendo, pero ellos ya no sonreían y yo lloraba en mi habitación rogando que no se divorciaran, porque quería que siguiéramos siendo los 3 en las buenas y malas, no asimilaba la idea de que eso pasara. A los pocos días de llanto me atreví a ir en medio de una de sus discusiones y preguntarles qué pasaba.

¡¿Qué haces aquí?! -dijo mi mamá al verme entrar en la habitación.

Quería saber qué es lo que pasa –Les dije, lleno de miedo.

No pasa nada, solo vuelve a tu habitación –Dijo mi papá.

No puede pasar nada tú y mamá siempre están discutiendo, tiene que haber un motivo, quiero saber, ya que ya no soy un niño, lo que digan lo voy a aceptar, por favor díganme –Les dije a punto de quebrar en llanto.

¡Lo que pasa es que a mí y a tu papá nos despidieron!, estuvimos viviendo a base de ahorros y se nos está acabando el dinero, y si es que estás pensando en tratar de ayudar la respuesta será no, no puedes conseguir nada de dinero por cuenta propia, tu único deber es simplemente estudiar así que no quiero más cosas como esta – Dijo mi mamá con un notable tono de rabia.

Pero mamá….

¡Nada de peros¡, vuelve a tu habitación, tu no entiendes nada –dijo mi mamá.

Después de escuchar eso me fui a mi habitación, frustrado y triste, ya que no podía cambiar nada ni siquiera en mi pequeña familia, y ese “Tu no entiendes nada” me siguió en mi cabeza por mucho tiempo. Poco después volvía a mis clases por zoom, ya que en mi mente no se podía despegar ese recuerdo de mi mamá terriblemente enojada. En las clases mi mente estaba en otro mundo, lo único en lo que pensaba era en que llegara las 5PM que era la hora en la que generalmente me llamaba mi abuelito, era la persona que en ese momento yo más quería, siempre con su amigable voz me hacía olvidar por lo menos unos momentos la cara enojada de mamá, pero un día ya no me llamo más y aunque yo por más que intentara llamarlo siempre me terminaba yendo al buzón de voz, mi abuelito en el que aquel entonces era el pilar más fuerte de mi vida había desaparecido, eso era lo que pensaba, creía que me había quedado solo y me deprimía más aún, no supe nada de mi abuelo por 10 días.

Después de terminar las clases en un día común oí que mis papas estaban hablando y no en tono de discusión, pero me desconcerté ya que era en un tono triste, entonces me puse cerca de la puerta y escuché lo que decían; resultaba que los 10 días que no supe nada de mi abuelo él estuvo peleando contra el covid-19, al parecer se había infectado ya que tuvo que ir al supermercado por unas cosas que necesitaba a último momento, y que se encontraba muy grave y que por la fase en la que se encontraba la ciudad solamente iba a poder ir una persona al lugar a quizás ver los últimos momentos de mi abuelito, y que la visita estaba programada a las 8:30AM del día siguiente, ese día era viernes por lo cual la cita era el sábado, pero mis papas no tomaron eso en consideración y escuché como entre ellos decidían quien va a ir a la visita, yo pensaba como podía hacer para ir yo, definitivamente tenía que ir yo, o eso era lo que pensaba y decidí ir en bicicleta. Tuve que ir en bicicleta y partir a las 6 AM desde mi casa, tenía que asegurarme llegar antes que mis papas, al llegar al hospital mi objetivo se había logrado y tenía que esperar un poco para poder ingresar donde estaba mi abuelo, y por fin lo vi, de solo verlo me puse a llorar, el me vio también y empezamos a hablar.

Mi querido nieto, perdón por no poder contestarte, y también me disculpo por no poder acompañarte cuando salgas de 4to medio –Decía mi abuelo mientras poco a poco bajaba la voz.

Por favor no te vayas, no me dejes solo –Dije desesperado.

Estoy tremendamente orgulloso de que seas mi nieto –Dijo mi abuelo.

Mi abuelo me había abandonado, al yo salir vi a mis papas, no se enojaron conmigo y mi papá entró al hospital para ver algo sobre un papeleo y mi mamá lo esperaría en el auto, yo volví solo en bicicleta y a medio camino me caí en una parte con pasto y colapse.

Mi abuelo no está muerto, no lo está, es todo es mi culpa, si es que no hubiera sido simplemente un gasto de dinero él podría haber recibido una mejor atención, necesito volver atrás para que él pueda seguir vivo –Dije gritando tanto que me dolió hasta la más mínima gota de mi ser.

Ya… no puedo hacer nada, ahora estoy solo… -Dije aceptando lo que acababa de ocurrir.

Los días transcurrieron normalmente, mis papas no se enfadaron por lo que hice sin aviso y después de eso las discusiones entre mis papas cesaron, y yo me hundí en una depresión.

Obviamente tuve que seguir asistiendo a clases virtuales y aguantar lo que sentía dentro de mí. En clase de Lengua estábamos leyendo un texto y en una de las preguntas que estas tenías me hicieron a mi responderla.

Ah me nombraron –Susurre con total desinterés.

¿Podría responder la tres? Por favor –Dijo mi profesora.

Si, lo que paso es que…, en ese momento un compañero mi interrumpió, y la profesora lo hizo callar.

Después respondo tu duda, por favor podrías repetir la respuesta, es que, no te escucho.

VICENTE ALONSO SEBASTIÁN MARTÍNEZ PÉREZ

I MEDIO IPE 2021

TERCER LUGAR CATEGORÍA 1°-2° MEDIO.